El rincón de la peña literaria…

¿Ser o no ser?
Por: Flavio RAMÓN MENDOZA
La universalidad es una de las principales características del saber filosófico; va más allá del conocimiento de las cosas particulares e, incluso, de las generalidades que pueden establecerse en un ámbito determinado de la realidad; aspira a conocer la esencia de las cosas, aquello que existe en ellas independientemente de las circunstancias en que se presenten. Sin embargo, la filosofía como un saber reflexivo, racional, riguroso y crítico asienta sus bases en lo particular. Un pensamiento reflexivo es aquel que se examina, analiza, critica y evalúa.

La docencia actual, salvo decorosas excepciones, no filosofa: hemos convertido el proceso pedagógico en una actividad mecánica, improvisada y fría, a pesar de los avances de la investigación educativa y de tantos programas de formación de los últimos años. Hemos olvidado, no nos interesa o no sabemos cómo impartir una docencia que además de informar, forme. El alumno, generalmente, recibe información, acumula teoría, pero no es capaz de usar crítica y pertinentemente dicha teoría, tampoco de pensar por sí mismo y de tomar posición frente a la realidad y al propio conocimiento.

Esta pésima actitud educadora fomenta la pasividad, dependencia y conformismo convirtiendo al alumno en un zombi o pasmado mental (como expresa el psicólogo colombiano Miguel de Zubiría Samper).
Aunado a la realidad docente referida, el alumno pervive en un panorama triste: nefandos programas televisivos (Ventaneando, La oreja, o las “Tarabobelas” como dice el integérrimo mentor tuxteco Luna Aguirre), familias desintegradas (miles de paisanos buscando el sueño americano), sistemas políticos sin rumbo y sindicatos magisteriales corruptos, promotores de tráficos de influencias. ¿Cuál debe ser entonces la actitud del docente?
La actitud del docente ha de ser, en todo momento, la de motivar al estudiante a que actúe siempre por sí mismo: “que vuestro alumno –decía Rousseau– no sepa algo porque se lo habéis dicho, sino porque lo haya comprendido por sí mismo; que no aprenda la ciencia, sino que la cree, que viva su proceso y devenir”. En otras palabras, hay que crear educandos reflexivos, racionales y críticos (es decir, que filosofen).

Un buen maestro no debe contar lo que sabe, sino reproducir su propio acto de conocer, para que ellos no acumulen solamente conocimientos y ejerciten la especulación y hagan gimnasia intelectual, sino que contemplen siempre en forma inmediata la actividad de la razón, la emoción y la acción en la producción del conocimiento; porque ciencia sin conciencia, decía Pascal, no es más que ruina del alma.

En suma, el tipo de docente que queramos ser dependerá de los valores que escojamos profesar. Claro que quienes deseen ser reflexivos y críticos se enfrentarán, irremediablemente, a la tiranía de las mayorías y al desprecio de los pusilánimes. No hay la menor duda.
La periodista veracruzana Carolina Cruz lo explica claramente cuando analiza lo grave que resultaría la ausencia de crítica:

“Dejar de criticar es dejar de pensar. Es perder esa libertad y capacidad, de sustentado en valores éticos y estéticos –no políticos-, utilizar el criterio propio, para señalar alguna anomalía que sucede en el medio en el que se desenvuelva el crítico. La decadencia de la crítica es consecuencia del manejo mediático, de la subordinación a los poderes, de la insuficiencia educativa, de la ausencia de referentes, de la pasividad y de la indiferencia humana, de la pereza intelectual, la complicidad, la comodidad, la camaradería, el amiguismo y del compadrazgo, entre muchos otros factores que han venido a darle al traste a un oficio tan necesario en la sociedad. Actualmente la escasa crítica que existe siempre es anodina y con frecuencia se vuelve alabanza. Nadie quiere jugar el papel de crítico por dos razones poderosas: la primera tiene que ver con la formación: el crítico tiene que ser un especialista en constante crecimiento, conocer en sus profundidades el tema que aborda; pero la segunda razón es la más poderosa: el crítico será siempre un ser solitario y despreciado, por atreverse a señalar la verdad. ¿A quién le gustaría jugar ese fúnebre papel?”

 
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